CAPÍTULO 58: BRASOV-BUCAREST-BARCELONA-SEVILLA
Ha pasado ya
una semana desde mi accidente en Brasov, y el tiempo parece haberse
detenido. He intentado asimilar que lo que ha pasado ha sido real y no
una pesadilla. Después de todo el vaivén de emociones de las últimas
semanas, hoy es mi último día en Rumania, regreso a España. A pesar de
mis problemas de memoria, he tenido que gestionar los primeros pasos
para la reclamación al seguro, repatriación de la moto y la mía. En ese
tiempo, recibí llamada de Mihai que se ofreció a llevar la moto a
Bucarest, pero yo prefiero que mi moto sea reparada en España, si es que
tiene arreglo. También he podido quedar una vez más con Eugene, para
recoger el Falco Stradale y llevarlo a un depósito a la espera de que
sea recogida allí y mandada a mi país.
Son las 03:00 de la mañana y me he levantado tan temprano ya que hoy,
por fin, regreso a mi país. Vendrá un conductor a recogerme y me llevará
al aeropuerto de Bucarest, donde sale mi avión a las 07:00 con destino
en Barcelona. En la ciudad condal me esperará una escala de unas 4 horas
mas o menos y después cogeré otro vuelo con destino a Sevilla, ciudad a
la que llegaré sobre las 17:00 aproximadamente, ese será el triste
epilogo de la aventura. Cojo mi equipaje, tampoco es que me quede mucho
“con vida” y lo monto en el “taxi” que ha venido a por mi. El nombre del
conductor es Adrián, el cual va impecablemente vestido, y que ya me
acompañó a la cita médica de ayer. Nuevamente, me recoge en un Opel
Astra rojo. Salimos de Brasov y nos dirigimos hacia el sur rumbo a
Bucarest, aunque apenas hay tráfico coincidimos con algunos camiones por
una carretera de asfalto regular. Por lo poco que puedo observar de
paisajes veo una región de frondosos bosques, en puertos de montaña por
los que ascendemos circulando por sinuosas curvas, a ambos lados de la
carretera veo también casas centenarias y granjas. Ojalá hubiera podido
afrontar el asalto al Transfalgarasan, pero Adrián me baja de la nube al
decirme que lleva cerrado desde septiembre. Mi conductor también me
cuenta un poco su historia: Hace unos diez años era una firme promesa
del futbol rumano, incluso iba a ser fichado por el Steaua de Bucarest,
sin embargo, una desafortunada lesión le apartó de la competición.
Trabajó algunos años en Barcelona en cruceros como animador deportivo
para niños y adultos, también ha trabajado en Ibiza e Italia como
entrenador personal. Por eso, habla perfectamente ingles, italiano,
rumano (claro está), pero el español se le resiste un poco todavía.
Ahora, con 28 años, trabaja como conductor para una empresa que no le
paga muy bien, su sueño es montar un negocio con su novia que trabaja de
abogada. Yo le cuento un poco de nuestro aventura, no es cuestión de
monopolizar la conversación ni tampoco de aburrirle con una historia que
bien podría darnos para veinte viajes a la capital rumana.
Después de 2 horas de viaje proceloso llego al aeropuerto de Bucarest y
me despido de Adrián con la promesa de volver algún día a Rumania para
terminar esta aventura en moto. Adrián me pasa su teléfono para que le
llame si necesito cuando regrese al país de los Carpatos. La verdad es
que a pesar del accidente de tráfico que he tenido y que ha truncado mi
oportunidad de conocer el país no me puedo quejar en absoluto del trato
que me han dispensado sus habitantes. El aeropuerto de la capital
rumana, ciudad que está empezando a despertar, es bastante austero y no
hay mucho con lo que pasar el tiempo, pero da igual, tampoco los ánimos
están para muchos trotes.
No tengo ganas de nada ya que Rumania la he
conocido desde la cama de un Hospital y, sinceramente, prefiero verla
con M Carmen cuando volvamos. Llega la hora de coger mi vuelo pero me
resisto a embarcar ya que eso significará que abandono DESAFIO SIBERIA
2017. Sin embargo, no me queda más remedio, he llegado a donde la moto
ha podido, después de 9000 kms desde Mongolia. Supongo que lo que he
vivido aquí ha sido una especie de epílogo ya que la aventura terminó el
día que ese coche se cruzó en mi camino y aunque no acabó con mi vida
si ha acabado con mi sueño.
He tenido suerte, volaré a Barcelona sin compañía en el asiento, tendré
espacio para estar más cómodo y reflexionar en todo lo que me ha pasado.
Las azafatas van dando las instrucciones de seguridad y el piloto la
bienvenida a los pasajeros, pero yo no estoy con ellos. Resuenan el
encendido de los motores y el mover de los alerones, en mis manos
atesoro mi móvil (asegurándome que tiene batería) y abrazo con
insistencia la mochila con las pocas cosas personales que todavía
conservo, como si la vida me fuera en ello. De hecho así fue durante mi
periplo en solitario, emocionado recuerdo como iniciamos la aventura
partiendo desde Málaga y la llegada a Tokio que significó el inicio de
nuestro viaje. De eso hace casi tres meses, pero me han parecido tres
años. En mi mente se suceden todos esos recuerdos como si de un pase de
diapositivas se tratara:
Circular por Tokio con mi Falco Stradale, conmovernos visitando
Hiroshima y recordar el pasado español de Nagasaki. Me acuerdo de la
amabilidad, educación y clase de esa gente siempre dispuestos a
ayudarte. Rusia, con los vastos bosques dorados de Siberia, ese
videojuego constante de escapar siempre esquivando agujeros, conductores
borrachos, animales, peatones, etc, pero por otro lado la sencillez y
buen corazón de sus gentes. Mongolia, el país de los horizontes
infinitos, de un azul increíble y por la noche ese cielo estrellado,
nunca vi tantas estrellas. Aunque lo que más me sobrecogió fue… el
silencio, eras capaz de escuchar hasta tus propios pensamientos. La
europea Estonia y Eslovaquia, la moderna Letonia, conmovedora Lituania,
la solitaria Polonia o la salvaje Hungría, se sucedieron ante mi como
flashes de un tráiler hasta que abrí los ojos en el hospital de Brasov.
Comienzan las maniobras de despegue y partimos hacia Barcelona
puntualmente. Mientras viajo puedo observar por la ventana el amanecer
de un nuevo día, el último de esta aventura, me pregunto cuantos habré
visto con la duda de si volvería a ver el siguiente. Me acuerdo de
tantos paisajes que vi…la cima del monte Fuji, las dunas de Tottori, la
nevada Siberia, los extensos desiertos del Gobi (6º más grande del
mundo), las playas de Letonia, las cruces de Lituania, la cosmopolitas y
monumentales Moscú, con su Plaza Roja y Kremlin o San Petersburgo con
sus castillos, puentes, o el crucero Aurora donde comenzó la Revolución
Rusa hace 100 años. En el vuelo me pongo los auriculares y escucho, por
casualidad, una canción de Coldplay “The scientist”, la de veces que el
grupo británico me habrá inspirado y dado fuerzas para afrontar con
positividad la vida, y ahora me lleva al borde del llanto mientras
escucho el estribillo: “Nobody says it was easy”, que razón tiene la
letra de esa canción, desde luego no se me ocurre mejor banda sonora
para este epílogo de la aventura, he estado tan cerca de conseguirlo,
tan sólo me quedaban 10 días, en fin. Ahora me debato en un sentimiento
agridulce: Por un lado me siento triste por no haber completado mi
aventura y por haber destruido mi moto. Pero por otra parte estoy
contento por estar vivo, he sobrevivido milagrosamente a lo imposible y
podré reencontrarme con M Carmen finalmente, aunque no en la forma que
me hubiera gustado. Cuantas veces habré soñado con recogerla en el
aeropuerto…
Repaso la cantidad de personas que M Carmen y yo hemos conocido y que
nos han ayudado en esta aventura, sin ellos hubiera sido imposible
llegar desde Japón hasta Europa del Este. Me acuerdo de la pareja de
humoristas japoneses que conocimos en Tokio, o del Jack Sparrow
oriental. De Morgan, una francesa que abría una cafetería en Kyoto, de
Mercedes, una mujer peruana que nos descubrió la idiosincrasia nipona o
de Moteiki a bordo de su flamante R6, nuestro primer encuentro motero.
Del ruso que junto a su familia nos sacó de ese campo de minas por el
que decidimos acortar para llegar a Blagoveshchensk. De los amigos
motorizados que nos ayudaron a llegar a nuestro hotel de Chernyshevks,
de Vasilisa una chica que nos filmó fugazmente en Chita o del Lama que
conocimos en Ulan Udé. Gracias a Soko y Joliet, nuestra estancia en
Mongolia fue mucho más amena, tras el accidente. Eso sin olvidar a Sasha
y Vladimir que me rescataron del infierno blanco ruso y me ayudaron a
cruzar Siberia para llegar a Moscú donde Sergei gestionó la reparación
de mi moto en un tiempo record. Pero sobretodo echo de menos a Eugene,
se ha portado tan bien conmigo que hubiera gustado despedirme de una
forma más cálida que por teléfono. El me ha invitado a su casa si
regreso a Rumania, y pienso corresponderle. Es casi imposible citarlos a
todos, porque cada día en esta aventura hemos conocido a alguien que
nos ha aportado algo, aunque fuera una simple sonrisa.
Llego a Barcelona a la hora prevista, con un sol de justicia, algo
extraño para noviembre, pienso que por fin he abandonado la sombría
Rumania. Un halo de confort me envuelve según cruzo el control de
pasaportes, veo a los primeros policías y guardia civiles, ya me
encuentro en casa. Localizo mi próximo vuelo y me dirijo sin
entretenerme a los puestos de facturación de Vueling. Allí descubro que
puedo facturar mi equipaje y sacar la tarjeta de embarque con cuatro
horas de antelación. Perfecto, podré librarme del equipaje pesado y
estar solo con mi mochila haciendo tiempo hasta la partida. Me dirijo a
la sala de espera de la terminal cerca del finger donde embarcaré. Allí
redacto las últimas crónicas y llamo a M Carmen para decirle que estoy
bien, a una hora normal ya que hoy partí demasiado temprano. Mientras
espero empiezo a experimentar los efectos de mi amnesia anterógrada:
Miro constantemente cuando y donde embarcaré para Sevilla porque,
sinceramente, según lo miro me olvido a los pocos segundos. No recuerdo
mi PIN y me cuesta elegir entre si quiero el zumo natural o de bote. Lo
cierto es que siento una gran angustia, afortunadamente, la camarera me
deja que me tome mi tiempo para decidir. Es extraño, pero siento como si
cerebro se hubiera ralentizado, hasta el punto que con más de una tarea
me agobio enormemente. No sólo me cuesta recordar cosas recientes sino
que también tomar decisiones sencillas, estoy un poco preocupado, espero
que me pueda recuperar en los próximos días.

Llega la hora de embarcar al vuelo con destino a Sevilla, pero haré el
embarque desde tierra, como en Estambul. Siempre me ha gustado esa forma
de subirme a un avión, le da un carácter más romántico, te da la
sensación de ir en pos de una gran aventura como Indiana Jones. Me
siento y ahora si, viajo acompañado, pero al igual que en Bucarest me
sentaré en el lado de la ventanilla. A medida que el avión se acerca a
Sevilla me voy poniendo cada vez más nervioso: ¿Qué le diré a M Carmen?
¿Y a su madre? casi mato a su hija. ¿Qué le diré a mi madre? que no sabe
nada del accidente, ¿Cómo le explicaré a todos cuando les diga que he
fracasado? Que no he sido capaz de completar la vuelta al mundo, de unir
oriente con occidente.
Ha sido una aventura con mayúsculas, con muchas cosas malas: he tenido
que luchar contra el frío, el hambre, el miedo, el peligro, la muerte.
Cuantas veces habré pensado en rendirme, en abandonar, sobretodo cuando
me montaba en mi moto pensando: “Hoy va a ser el último día que me voy a
montar en moto”, pero no lo hice, porque en la vida lo que importa
cuando te caes es que tienes que volver a levantarte, una y otra vez, no
hay que rendirse nunca. Ese sentimiento de superación, fuera de toda
lógica, supongo que es la magia de perseguir un sueño que no ve nadie
excepto tu. Pero también hemos tenido cosas positivas en esta aventura:
los paisajes, las diferentes culturas que hemos descubierto, la gente
que hemos conocido, los amaneceres, rodar con tu moto por sitios
insospechados… A pesar de las veces que he coqueteado con la muerte he
salido vivo para contarlo, y eso si que ha sido un verdadero éxito. Un
éxito de la vida contra la muerte, esa es sin duda la mayor lección que
saco de este viaje: el valor de la vida, pero también de que para ser
feliz hace falta, en realidad, muy poco. Los niños de Mongolia, que
Álvaro me mostró en su ONG, me enseñaron esta gran verdad. Recuerdo las
caras de felicidad de esos niños a pesar de todo, algo tan puro que me
hace de verdad cuestionarme si en el mundo desarrollado lo somos
realmente. Mientras el avión realiza las maniobras de aproximación al
aeropuerto, miro las fotos de mi familia y amigos, después de tanto
sufrimiento y lucha, me da incluso vértigo volver a verles.
Llego a Sevilla y siento una extraña sensación, a pesar de todas las
desventuras que he vivido echo de menos volver a la carretera, volver a
la vida nómada y a la aventura. Será que soy un masoquista o que
simplemente le tengo más miedo a la rutina que a la nieve en las
carreteras de Siberia. Recojo mi equipaje y me dirijo a la terminal de
llegadas, con más dudas que certezas en mi corazón. Me detengo por un
instante sin atreverme a cruzar al otro lado, será porque eso
significará que esta loca aventura ha terminado de manera abrupta. Llega
la hora de volver a la rutina, al trabajo, a la hipoteca, a los
prestamos, a las responsabilidades, a todas esas cosas que atenazan el
espíritu de libertad. No lo se, pero sin duda está no será la última
página que M Carmen y yo escribiremos de DESAFIO SIBERIA 2017.
Tras unos instantes de duda cruzo el umbral y allí está ella, M Carmen,
con vaqueros negros y chaqueta de cuero roja, está radiante, está
guapísima. La miro detenidamente por un instante, como si fuera la
primera vez, hace un mes que no la veo pero me ha parecido todo un año.
Me acerco y me fundo con ella en un tierno abrazo, cuando me separo la
emoción tan sólo me deja decir estas palabras: “Lo siento”, siento tanto
todo lo que le he hecho pasar, lo que la he hecho sufrir en la
distancia, pero ella no me deja arrancar a llorar y me dice: “Venga,
hombre, no te pongas a llorar, que me haces llorar a mi también”, ”Ya
estas en casa, estoy orgullosa de ti”. Ahí es cuando no puedo contenerme
y le doy un dulce beso, la he echado tanto de menos . Poco hace falta
añadir a tan emocionante momento, ya que es la única integrante del
comité de bienvenida, pero, sinceramente, no me hace falta nadie más,
con ella comencé y con ella concluyo la última etapa de DESAFIO SIBERIA
2017. M Carmen me ayuda con mis cosas y nos disponemos a ir hacia el
coche, cuando saca a relucir ese humor que nunca me ha dejado de
sorprender: “Venga, date prisa que tengo el coche aparcado en doble
fila”, la miro con cara de circunstancia para, seguidamente, romper a
reír los dos. Creo que esa ha sido la formula para superar los malos
momentos que hemos tenido que afrontar juntos: La positividad.
Cuando me subo al coche, suspiro profundamente mientras miro por la
ventana, casi no me creo estar en España, veo tantos cambios y
contrastes en comparación con los países que he cruzado, sobretodo
tantos coches…
“Te dije que te volvería ver en Europa” le digo a M Carmen mientras la
cojo de la mano. Ella sonríe, vuelve su mirada hacia mi y me pregunta:
“¿Qué has aprendido de esta aventura?”. Es una pregunta que me deja de
piedra, no me la esperaba, pero recuerdo una frase de Indiana Jones y la
Última Cruzada que la contesta perfectamente: “Iluminación”. Concluyo
este viaje con un sentimiento muy optimista del ser humano, hay tanta
gente que nos ha ayudado tanto que de alguna manera tenemos que devolver
esa deuda. Ha sido una verdadera lucha por la vida en la que he
aprendido tanto, que es imposible reflejarlo en una sola crónica o foto.
Me pregunto como es posible que haya sobrevivido a dos accidentes tan
graves, especialmente el de Rumania. Debería estar muerto, pero ¿Por qué
estoy vivo? debe existir una razón para ello, mientras la descubro
seguiré rodando descubriendo el mundo en moto para mostraros que nada es
imposible si realmente se cree en ello. No hay nada más fuerte que la
voluntad humana.
Hasta aquí amigos los relatos de DESAFIO SIBERIA 2017 han sido 73 etapas
cargadas de aventura y descubrimiento que han tenido su abrupto final
en Brasov, Rumania. Pero quiero deciros que esto es tan solo un alto en
el camino, el año que viene M Carmen y yo haremos todo lo que esté en
nuestra mano para retomar la aventura y concluir nuestra Vuelta al Mundo
en moto en pareja, que habrá tenido 3 fases en lugar de 2, como
inicialmente planeamos. Hasta entonces, si alguna vez, veis a una pareja
de moteros, vestidos de negro, en una moto negra, muertos de frío en
una solitaria cafetería de carretera, venid y sentaros con nosotros
estaremos encantados de compartir con vosotros las experiencias de
nuestras aventuras. Nos vemos en la carretera ¿Dónde? a mitad de camino
entre aquí y el olvido.
Muchas gracias a nuestros patrocinadores por apoyarnos:
Pero sobretodo a todos los que nos siguen y que se han sentido
identificados con esta aventura desde los más recónditos lugares del
globo. A todos, gracias, gracias por rodar con nosotros.
CAPÍTULO 57: BRASOV
Me levanto como cualquier
otro día, sin embargo, algo raro pasa, es demasiado de día, son 14:30
¿Cómo es posible que haya dormido tanto? Acostumbrado a salir siempre al
alba me he retrasado una barbaridad en iniciar etapa. Tengo que iniciar
la siguiente desde Bran hasta Craiova previo paso por el castillo de
Vlad Tepes y por el Transfagarasam, la carretera más emocionante del
mundo, es como el Stelvio pero a lo bestia, más de 90 kms de curvas
cerradas a 2000 metros de altura, pero por una extraña razón me
encuentro en la cama.
Salgo de mi letargo, miro a mi alrededor y la verdad es que no comprendo
muy bien lo que pasa. Me encuentro en una cama, con un pijama blanco,
con todas mis cosas y ropa en una bolsa amarilla con mi nombre, mi casco
aparece algo más maltrecho de lo que recordaba, ¿Qué ha ocurrido? ¿Cómo
he acabado aquí? Al principio creo que estoy en un hotel de Bran, pero
cambio de parecer al verme los brazos llenos de vías, estoy en un
hospital, pero ¿Dónde? Intento comunicarme, pero por una extraña razón
me cuesta hasta hablar, no me salen palabras ni en ingles ni en
italiano, ni siquiera en mi idioma. Me duele un montón la cabeza, el
abdomen y estoy muy aturdido. Tampoco comprendo la lengua de los que se
encuentran a mi alrededor, acaso ¿He vuelto a Rusia? ¿He vivido un
sueño? Me encuentro desorientado, “acompañado” en mi habitación por un
señor mayor que apenas puede mantener la consciencia y un joven que me
mira desafiante haciéndome gestos de que me va a rajar, además, con la
mano invitándome a que le chupe la…. ¿Qué demonios ocurre? No entiendo
nada, me encuentro solo ¿Dónde está M Carmen? ¿Pero no la había recogido
en Varsovia?
Aparece una enfermera y no sin dificultad le pregunto donde estoy, sin
embargo, no me entiende, ¡Que desesperación! Miro entre mis cosas y
descubro una bolsa “zip” azul, con unos papeles escritos, aunque no por
mi. Veo que estoy en un hospital llamado “Judeteam”, aunque es la
primera vez que veo esta palabra me resulta extrañamente familiar,
también hay un número de teléfono pero nada más, ¿Dónde está mi móvil?
De repente aparece una enfermera que habla italiano y me entrega mi
móvil, apenas puedo hablar con ella porque la que está al otro lado de
teléfono es M Carmen.
-"Rafa, ¿Cómo estas? ¿Estas bien?" – me dice claramente preocupada
"No lo se" – le respondo – "no se donde estoy".
-"Estas en Brasov, Rumania, en el hospital Judeteam, tu mismo me lo dijiste ayer, ¿No te acuerdas? – me pregunta angustiada."
No
-"Rafa, ¿recuerdas algo de lo que pasó ayer?"
"No"
-"Ayer tuviste un accidente de tráfico, chocaste con un coche a las 16:30, me lo dijiste tu" – me dice casi al borde del llanto.
"Imposible, ayer me estaba comiendo una hamburguesa en Rumania, y me
quedaba poco para llegar al destino, pero, ¿Dónde estas tu?"
-"En España"
"No puede ser, yo te recogí en Varsovia"
-"No, mi jefe no me dejo, ¿No te acuerdas?"
"No, ¿estas en el hospital?"
-"No, estoy en España, me volví el 16 de Octubre, tu has viajado desde
entonces en solitario, desde Mongolia ¿De eso te acuerdas?"
"Si. Entonces, ¿Estoy sólo?" – le pregunto a ella terriblemente angustiado
-"Si, pero no te preocupes voy a hacer todo lo posible por ir para allá y ayudarte ¿Has visto la moto?"
No ¿Dónde esta?
-"No lo se, pregúntale a alguna enfermera"
"Ninguna habla mi idioma"
-"Búscala. ¿Has hablado con Stefania?"
"No, ¿quien es?" – pregunto intrigado
-"Alguien que te va a ayudar, es rumana pero habla español" – me
responde mi novia. En ese momento, otra llamada entra, es un número
desconocido para mi. Antes de colgar para atender la llamada, M Carmen
me dice: “Debe de ser ella, Rafa, recuerda, estas sólo allí nadie es tu
amigo”,
“Hola me llamo Stefania, soy de la empresa Sunnycare, que se dedica a
asistir a extranjeros que tienen accidentes de tráfico en Brasov y no
tienen a nadie para que les asista. Rafa, ayer a las 16:30 tuviste un
accidente a 10 kms de Brasov en Rumania chocaste con un coche.
Tranquilo, la culpa fue de él que invadió tu carril, según me comentan
los médicos tienes amnesia y una fisura en las costillas. En cuanto a tu
moto se encuentra en una fabrica de productos lácteos a las afueras de
Brasov, allí fue el accidente. Cuando salgas del hospital puedes ir a
verla. Voy a hablar con una enfermera del hospital para que te
proporcione un cargador y tengas el móvil siempre encendido.”
Cuando oigo todo el discurso de Stefania, tan sólo la puedo interrumpir
con leves balbuceos y repetitivos monosílabos como: Si, bien, claro,
etc. Estoy en shock, y al borde del llanto, por lo que se ve he tenido
un accidente y llevo casi 24 horas sin saber de mi mismo. Parece que he
despertado dentro de una pesadilla, en vano, incluso trato de conciliar
el sueño de nuevo, con la esperanza de despertar en un sitio correcto a
punto de iniciar la siguiente etapa de mi aventura, pero no, estoy en
Rumania y estoy, solo, en un hospital.
Interrumpen mi sueño tres personas, una de ellas policía que está ahí
para tomarme declaración sobre lo ocurrido, en el acto también se
encuentra Lucian, un interprete oficial de la embajada española que está
ahí para asistirme, cortesía de M Carmen que lo ha gestionado desde
España. Lo primero que hacen ambos es preguntarme como estoy, les digo
que bien, aunque me duele la cabeza y las costillas. La policía me
pregunta si puedo recordar algo del accidente y le digo que no recuerdo
absolutamente nada. Lucian traduce y me añade lo que el agente dice que
no me preocupe que la culpa no ha sido mía, que el conductor está
perfectamente identificado y que hay testigos del accidente. También
añade que he tenido un porrazo muy gordo, según él he tenido mucha
suerte ya que el accidente ha sido muy grave. Bueno, el accidente habrá
sido grave pero yo me encuentro entero, afortunadamente. Aprovecho para
preguntar como fue el accidente, a esa pregunta responde Lucian, como
interprete:
“Un Audi A6 se te cruzó y chocaste con él, diste en el centro del
vehículo y destrozaste las dos puertas. Después arrastraste junto con tu
moto 60 metros y chocaste contra el muro de la fabrica Olympus”.
También pregunto donde está la moto y Lucian señala a la tercera persona
que se encuentra en la habitación, su nombre es Eugene y es ingeniero
de la empresa Olympus, una empresa de productos lácteos muy famosa en
Rumania, la moto se encuentra allí. Eugene se me acerca y me da una
tarjeta indicándome en inglés que la moto está a buen recaudo en esa
dirección, también me da una bolsa, con galletas, zumo, leche, fruta,
etc. para mi, un bonito gesto sin duda. En ese instante, entra una
enfermera con un médico, que prácticamente echa a la calle a todos los
que allí había, me coge de la mano y me dice en italiano: “Aquí tienes
el cargador, ¿ya estas mejor?” – me pregunta mientras asiento. El medico
en ingles me hace un leve reconocimiento de las pupilas y me dice en
ingles:
“Chico, en los más de 35 años que llevo de carrera no he visto a nadie
que haya sobrevivido a un impacto así, y encima sin hacerse nada, todas
las pruebas que te hemos hechos: TAC, escáner, radiografía, han sido
normales, no tienes nada roto. Debes caerle muy bien a alguien de ahí
arriba, no me lo explico, deberías haber muerto. Ahora mismo sufres
amnesia de la memoria a corto plazo, pero no te preocupes en un mes todo
volverá a la normalidad, aunque es posible que nunca recuerdes el
accidente. En cuanto a las costillas tan sólo puedo recomendarte reposo
absoluto”.
“No te preocupes que en breve te damos el alta” – añade la enfermera.
Al irse el médico y la enfermera vuelven a entrar el policía (llamado
Florin) Lucian y Eugene. Eugene me dice que no vió el accidente pero que
estuvo conmigo desde cinco minutos después de ocurrir hasta bien
entrada la noche. Incluso su Jefe le autorizo a que estuviera conmigo
todo el tiempo hasta que despertara y estuviera un poco mejor. Sin duda
le agradezco tanta atención. Mientras, el policía me dice (gracias a
Lucian) que la persona implicada en el accidente no tiene seguro, pero
me asegura que en Rumania está circunstancia esta muy penada, así que
más le vale pagar. De momento, al conductor le han retenido su carnet de
conducir y su vehículo hasta aclarar todo.
Tras unos minutos de charla entre todos, el policía se retira con todos
los datos y le acompaña Lucian, me quedo solo con Eugene. Entonces,
vuelve a entrar una enfermera con mi comida del mediodía, pero apenas
puedo abrirla porque inmediatamente aparece otra con el informe de alta
para sacarme de la habitación. Puedo andar, aunque sufro de mareos así
que un celador me lleva en silla de ruedas a recepción acompañado de
Eugene. Allí una de las enfermeras mas veteranas de malos modos me dice:
“¿Vas a pagar en efectivo o con tarjeta?” – Definitivamente, no
comprendo nada ¿De alta? Pero si no llevo ni 24 horas, ¿Qué pasa aquí?
Eugene intenta mediar aunque sin éxito, me dice que estoy bien según los
médicos y que debo pagar por la estancia en el hospital. Lo normal es
pedirlo al ingresar pero como estaba inconsciente esperaron a que me
despertara. “¡Joder, que detalle!”, y nos quejamos de la Seguridad
Social en España.
Llamo a M Carmen, pero no me lo coge, llamo a Stefania y me dice que
hable con mi seguro para que de una garantía de pago sino tendré que
adelantar 220 euros de estancia y pruebas del hospital. M Carmen me
llama y entra en escena, me dice que no me vaya que por lo menos tengo
que estar un día en observación como consecuencia del golpe en la
cabeza, pero yo le respondo que no puedo hacer nada, no se que hacer,
confundido, siento como si mi mente no funcionara. Estoy muy agobiado
necesito ayuda.
“Rafa, no te preocupes, tu resístete, no te vayas, voy a hablar con la
embajada” – me tranquiliza desde España mi novia. Pero la verdad es que
no creo que aguante mucho, el personal del hospital me vigila cual
halcón para evitar que me vaya sin pagar. No creo que pueda pasar la
noche aquí por mucho que insista en ello.
Mientras intento comunicarme con IATI (patrocinador de la aventura) para
que faciliten la garantía de pago, se recibe en el hospital llamada
desde Bucarest de la embajada de España en Rumania exigiendo me
mantengan un día más en observación en el hospital. Sin embargo, el
personal de allí hace caso omiso y con gestos manuales me repiten que
pague de alguna forma, me van a dar el alta de inmediato. Eugene,
preocupado se ofrece a pagar los 220 euros de la factura, pero detengo
su intención (agradeciéndole el gesto) ya que tengo un seguro que cubre
estas incidencias. Tras muchas llamadas hablo con el seguro y les
comento lo sucedido, ellos me dicen que están en tramites de mandar la
garantía de pago al hospital. Tras unos minutos de tensa espera por fin
llega por fax la garantía de pago y puedo marcharme de hospital, sin
pagar, con todos mis maltrechos enseres, el casco, chaqueta, pantalón,
etc. Destrozados como si hubieran pasado por una desbrozadora. Me
acompaña a la salida Eugene, allí encuentro a Mihai, la persona con la
que he tenido el accidente y que se ofrece a llevarme a la fabrica a ver
mi moto. Yo, sin embargo, me fio más de Eugene y voy en su coche hasta
Olympus.
Mientras voy con Eugene a la fabrica tengo que reconocer que no
reconozco nada de lo que veo: ni la ciudad, ni la carretera, ni nada de
lo que me rodea, es como si estuviera en otra dimensión desconocida, en
mi pecho siento una profunda angustia, me siento como si estuviera en
una pesadilla de la que no puedo despertar. Llegamos a la fabrica y tras
pasar los controles, llegamos al garaje donde se encuentra la moto. Al
abrir la puerta allí está el Falco Stradale, completamente destrozado,
de esta, amigos creo que no sale. A pesar de todo lo que he vivido sobre
ella me cuesta reconocer mi montura ¿Cómo es posible? con las lágrimas
saltadas la examino pero no me acuerdo de ella, no la reconozco como
mía.
"¿Seguro que es mi moto, Eugene?"– le pregunto mientras él asiente.
Pero "¿Cómo ha pasado, no recuerdo nada?"- pienso mientras me llevo las
manos a la cabeza para intentar escapar de la pesadilla que estoy
viviendo entre sollozos. Eugene acude a consolarme y me dice que no me
preocupe que según los médicos recuperaré la memoria poco a poco he de
tener paciencia. Contempla la escena Mihai el cual apenas puede despegar
la vista del suelo, esta avergonzado. Allí también se encuentra su
madre que no deja de abrazarme dando gracias al cielo por que estoy
vivo. Mihai se disculpa y asegura que no me vió en absoluto.
“Pues la moto es como para no verla, si parece un panzer alemán” –
exclamo algo contrariado y Mihai responde: “Lo siento, no se lo que me
pasó, si tengo una moto como la tuya, soy motero”.







“¿Te comprometes a pagar la moto y todo lo que me has roto?” – le pregunto a Mihai
“Lo prometo” - me asegura – “El lunes cogemos una grúa y la llevamos a Bucarest a que la reparen yo corro con todos los gastos.”
Tras el shock, recojo algunas de mis cosas que no deseo dejar en la moto
y con la ayuda de Eugene regreso al coche. Mihai me ofrece su casa para
pasar los días que sean necesarios, pero rechazo la invitación porque
yo ahora lo que necesito es tranquilidad para ordenar mis pensamientos y
asimilar lo ocurrido. Regreso a Brasov en el coche de Eugene, mientras,
Stefania amablemente me ha gestionado un hostal cerca del hospital por
si necesito ir a él. Me facilita su dirección y su nombre, Eugene al
escucharlo sabe perfectamente donde llevarme, el Hostal Bavaria, una
casa sacada del Tirol austriaco muy bonita la verdad. Por un momento,
parece que estoy en los dominios de mi BMW, ojalá estuviera allí y con
la moto intacta, echo tanto de menos a M Carmen, la necesito.
Sin embargo, su jefe no lo entiende así, ella ha tratado durante el día
de hoy que le autoricen que pueda viajar a Rumania a estar conmigo ya
que no puedo valerme por mi mismo, pero se lo ha denegado aduciendo que
ella y yo no estamos casados y no somos nada ¡Qué humano! (y eso que
llevamos 12 años juntos). Ella misma me lo dice por teléfono, entre
lágrimas, en ese momento siento una terrible impotencia y una extraña
soledad por no estar a su lado, aunque si hubiera estado conmigo… a lo
mejor hubiéramos tenido que lamentar algo más grave. En fin, supongo que
el karma le devolverá ese gran deferencia que ha tenido con ella.
Termino el día cenando con Eugene, una suculenta pizza, en un
restaurante italiano, después me deja en el hotel, me estrecha la mano y
me dice que si necesito algo no dude en llamarle a cualquier hora, que
esta a mi entera disposición. Casi se me saltan las lágrimas porque,
sinceramente, no se como agradecerle tanta atención y amabilidad. Él
sonríe y lo único que pide a cambio es que si algún día encuentro a
alguien en problemas haga lo mismo por él que lo que está haciendo él
por mi.





Ya en el hostal cuando me acuesto en mi cama miro al techo y en la
soledad de la noche lloro por todo lo pasado siento una gran impotencia.
La aventura ha terminado, definitivamente, después del esfuerzo
económico, de todo lo sufrido: Mongolia, Siberia, Rusia, la lluvia, el
viento, el hielo, la nieve, el tráfico, el frío, el hambre, la soledad,
la muerte, después de haber luchado contra todo y contra todos, al final
todo termina aquí en este pequeño pueblo del centro de Rumania a 10
días del final de la aventura y a 3000 kms de casa, porque una persona
no respeto lo que tenía que haber respetado. ¡Qué mala suerte! ¿Verdad?
Aunque también ¡Que buena suerte! he sobrevivido, con este, a dos
accidentes muy graves en esta aventura que podían haberme costado la
vida, quiero pensar que mi pilotaje, la moto y sobretodo la ropa han
colaborado para obrar este milagro (Todo ello facilitado por nuestros
patrocinadores sobretodo Todomoto, pero también: Continental, DS BIKE y
Ubricar). Una vez más en este viaje, cuando sucede lo peor vuelve a
aparecer alguien para ayudarme desinteresadamente, alguien como Eugene,
sinceramente, no tengo palabras, sin duda esta aventura me deja un
sentimiento muy optimista sobre el ser humano. Sin embargo, ahora mismo
lo que más me aterra es dormirme, tengo miedo a cerrar los ojos y no
volver a despertar.
A partir de mañana mi misión será: Salir de Rumania, DESAFIO SIBERIA
2017 ha terminado, nuestra vuelta al mundo en moto con pareja tendrá que
esperar para completarse.