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sábado, 1 de febrero de 2014

CAPITULO 7: CONOCIENDO A ANNA FRANK

BRUJAS-AMSTERDAM



Distancia total ruta:  271 kms

Tiempo total:   3 horas 40 minutos

Ciudades visitadas: 2

Paradas: 1

Consumo medio:   6,34 l/100kms

Gasto de combustible: 33,76€

Peajes:


Con los albores de la mañana, comenzamos una nueva etapa de Euro-Diversion 2013, ya llevamos una semana viajando y, parece mentira, pero me creo que estamos a diez veces más distancia de la que realmente estamos. La lluvia a última hora del día de ayer nos privó de disfrutar de la noche de Brujas, por eso, nos hemos levantado temprano para verla de nuevo antes de nuestra marcha a Amsterdam, siguiente etapa de nuestro viaje. Dejamos todo preparado para después montarlo en la moto, sin embargo, antes de partir a desayunar y hacer turismo, decido hacer una descargar de las fotos de nuestras cámaras al disco duro portátil. Ya nos dieron un susto en Elgoibar, pero allí fueron detectadas, tras varios intentos en el ordenador de Toni. Así que lo mejor es descargarlas finalmente y usar las nuevas que compramos en el País Vasco. Con la misma me acerco a la recepción del hotel con la esperanza de que el uso del PC sea gratuito para los huéspedes, afortunadamente no lo es, y procedo. De repente, se consuma la tragedia y un sudor frío recorre mi espalda, las tarjetas no son reconocidas por el PC, ni con cable USB directamente a la maquina, ni con nuestro mini-lector de tarjetas. Súbitamente, es como si las tarjetas estuviesen, algo totalmente imposible. Lo intenté de un millar de formas posibles, pero fue totalmente en vano. Os podéis imaginar la rabia que me dio el saber que las fotos que habíamos tomado hasta Brujas se habían perdido. Los recuerdos de nuestros primeros pasos en nuestra memorable singladura. Como por ejemplo, la foto que nos hicimos con mi amiga M Carmen en París enfrente de su Bistro, o el video en el que salgo dando un emotivo discurso en la fiesta de Aldeas Infantiles en Madrid. Se que mi enfado no es vital, nosotros estamos bien de salud y la moto funciona, pero que es como cuando hay un incendio, salvas la vida, la de los tuyos e incluso la de tu mascota, pero lo que más lamentas es la pérdida de esas fotos, esos recuerdos imborrables que quedan congelados, en el tiempo, en un abrir y cerrar de obturador. Supongo que hemos perdido algo del alma de este viaje, al menos permanecerán imborrables en nuestra mente y nuestro corazón.

Con el cabreo todavía latente, cojo todos los utensilios para hacer la primera revisión de la moto desde que empezamos este viaje. Revisaré nivel de aceite, ya que durante las etapas previas ha habido momentos en los que se me ha encendido el testigo de nivel de aceite. Tampoco dejaré de lado la revisión de las pastillas de frenos, presión de neumáticos, estado de correajes de las alforjas, etc. Para colmo de males compruebo que el intermitente izquierdo no funciona, afortunadamente tengo la pieza de repuesto. Me pongo manos a la obra, sinceramente, ojalá todos las incidencias mecánicas del viaje fueran como estas. Aproximadamente tardo unos quince minutos, y apenas me he manchado, que ya de por si es un milagro. Mientras me encontraba recogiendo, o observo como la moto, con el motor parado, empieza a moverse sola. Son cerca de las 07:30 de la mañana y desconozco si todavía estoy dormido, pero me raspé un poco la mano al cambiar el intermitente, así que como me dolió supongo que estoy en vigilia. Pero lo que es un hecho es que la moto, ¡se mueve! ¿Cómo es posible? Antes de poder averiguar la causa, la moto se cae a plomo con estrépito hacia la izquierda, menos mal que los topes anticaida de la moto cumplen su cometido a la perfección y amortiguan el impacto. Sin duda los 42 euros mejor invertidos de este viaje. Sin embargo, aunque como puedo constatar a la moto no le pasado nada, lo cierto es que solo no puedo levantarla. Menos mal, que por el lugar pasa un hombre que amablemente me ayuda a levantarla. Recuperada la verticalidad arranco la moto y esta responde sin problemas. Suspiro aliviado al superar este episodio, desde luego, una revisión rutinaria nunca fue tan estresante.

Con los utensilios recogidos en el baúl, subo al hotel para contactar con M Carmen y contarle, primero que hemos perdido las fotos del viaje hasta ahora, y segundo lo que ha sucedido con la moto. Su cara, lo decía todo, se contrarió por las fotos, pero más se preocupó por el estado del Falco Stradale. Y no es para menos, si la moto se estropea, y teniendo que dormir cada día en un lugar diferente, tendremos que desplazar todas las reservas de nuestras etapas, las cuales chocarían de frente con las reservas de ferry, con lo cual podría ponerse en serio peligro nuestra aventura. Las reservas de ferry, por desgracia no son modificables. Pasado el susto, cogemos lo justo y necesario para hacer turismo por Brujas, es un deleite para los sentidos volver al casco histórico de esta bella urbe. La etapa de hoy invita al optimismo, tenemos una de las etapas más cortas de nuestra aventura con 271 kms, son las 08:00 horas y tenemos que estar en Amsterdam para antes de las 17:00 horas, creo que un objetivo perfectamente posible.


Con esta reflexión, iniciamos nuestro nuevo periplo por Brujas. Esta ciudad invita a perderse por sus innumerables parques, canales, que circundan a modo de foso la ciudad, y callejuelas. Volvemos a viajar en el tiempo, a un tiempo donde todo era más sencillo, la vida era más pausada y las calles rezumaban ese olor añejo, tan peculiar, que sólo los libros de historia nos pueden relatar. Bueno, con tanta prisa, se nos ha olvidado desayunar, pero por una vez no tiraremos de recursos propios y vamos a disfrutar del famoso chocolate belga. Las vacas que hemos visto en el trayecto, invitan a imaginar que esos frondosos ejemplares darán buena leche, y aunque no la dieran, Bélgica ha tenido colonias en África, como es el caso del Congo, por ejemplo, es de suponer que mantendrán las relaciones comerciales. Desgraciadamente, nos encontramos con el primer choque cultural, con respecto a España. En Brujas, las innumerables chocolaterías abren de 10:00 a 18:00, por lo tanto, no queda más remedio que esperar. Pero no pasa nada, tenemos dos horas francas hasta la hora de apertura, asi que vamos a aprovechar para pasear por sus calles adoquinadas, deleitarnos con sus escaparates de artesanía, especialmente el ganchillo y punto de cruz, y a babear, porque no decirlo con las exposiciones de surtidos de chocolate de infinidad de sabores. Nunca hacer tiempo fue tan ameno, pero no lo perdemos en vano, aprovechamos para hacer más fotos de los canales que en el día anterior se nos “aguaron”, también para ver con más detalle la Plaza de Burg, centro neurálgico de la ciudad, con los estandartes y banderas de la ciudad, la región y el país. Observamos como las aguas y las calles están apacibles, libres de turistas y embarcaciones, es todo tan idílico que parece salido de un cuento. Un amigo nuestro nos hablo de que a esta ciudad se la conocía como la Venecia del Norte y desde luego que lo es, pero sin el agobio y stress veneciano, así da gusto disfrutar de esta visita. Brujas invita a la plácida reflexión, a los largos paseos sin compromisos al acecho, a no tener que luchar por captar la mejor instantánea, ni a perder la juventud haciendo colas fútiles, creo que por primera vez en este viaje estamos disfrutando de una ciudad. Quizá tenga que ver que Brujas es perfectamente visitable en una tarde, es posible, supongo entonces que nos estamos recreando.






Cercano a las 09:00 conseguimos entrar en una tienda de souvenirs. Una tienda sin duda curiosa, porque tiene como un olivo incrustado en la puerta, y compramos una pegatina de la bandera belga. Por desgracia, se me olvido comprar la francesa en la Galia, y también en España. Se me acaba de ocurrir que puede ser una buena idea decorar el baúl de la moto con las banderas de los países que visitemos a modo de reseña de la consecución de nuestra aventura. A M Carmen parece entusiarmarle la idea, tampoco deja pasar la ocasión de ver otros objetos típicos del lugar y que ofrecen este tipo de tiendas, como por ejemplo: dedales, abrebotellas, platos, llaveros, pegatinas, camisetas, etc. Todas ellas con las imágenes típicas de Bélgica, como el Manneken Pis, aunque de Brujas, encontramos solo cosas relacionadas con su equipo de fútbol y su escudo, claro está. Ya nos dijo mi amiga de París, que el ganchillo, visillos y ese tipo de artesanía son muy típicas de los brujenses, y no se equivocaba. M Carmen sin duda, le llama mucho la atención unas jarras de cerveza minuciosamente decoradas, así como los innumerables dibujos hechos con las más diversas técnicas (carboncillo, acuarela, etc.) de pintura, todos ellos sobre Brujas.

Que pena que no podamos llevarnos un dibujo de cada una de las ciudades que visitemos, como tenemos de París o El Cairo” - Se lamenta resignada.

Es verdad, una verdadera lástima, si tuviéramos coche, podríamos llenarlo de recuerdos o detalles de todas las ciudades”.

Y es que viajar en moto tiene, por desgracia, estos inconvenientes. Tienes que viajar con el equipaje justo, y cada cosa que se sume añade peso a nuestra sufrida moto. Y encima hay buscarle un sitio adecuado, casi a presión. Aunque hemos visto cosas dignas de decorar con estilo cualquier casa, por desgracia, tenemos que desistir de darnos este homenaje. No queda más que afirmar que las fotos y videos serán únicos testigos de nuestro paso.

Con nuestra pegatina de la bandera belga en la mano y con la decepción en la otra, seguimos caminando por las “embrujadoras” de esta urbe del medievo que ha viajado en el tiempo hasta nuestros días. Poco a poco la ciudad ha ido despertando a nuestro paso, empiezan a sucederse paulatinamente los cruceros por los canales, los comercios abren sus puertas, e incluso vemos una bici-excursión de unos niños escoltados por la Policía.

Ha llegado el momento de probar el chocolate belga, han abierto las tiendas” - exclamo

Sin más dilación y aunque al principio, titubeamos un poco entre varias, nos dirigimos a una bastante colorida. Nada más entrar se puede sentir entre el fresco ambiente ese olor a amargo característico del chocolate puro de cacao. Hay chocolate de todos los colores, sabores, y en casi cualquier forma, todos ellos de fabricación artesanal, como nos indica orgullosa la tendera.

También podemos apreciar multitud de formas de presentación: en bombones, tabletas, lingotes, barritas, chupa chups,etc. En pocas palabras: Bélgica es el paraísos de los dulzones. Nosotros apabullados ante tanta tentación decidimos picar, esperar hasta las 10:00 no ha sido fácil, sobretodo en ayunas. Nos lanzamos al deleite y pedimos una caja de unos veinte bombones, con sabor a naranja, limón, pistacho, plátano, etc. Estos desde luego para nosotros, seguro que nos alegraran durante unos minutos cuando este os en lejanas latitudes. Como pasó anteriormente, tampoco nos podemos llevar una gran cantidad de género, primero por la falta de espacio y segundo, porque se estropearía. Así que nos conformamos con la caja y nos decidimos a tomar un poco de chocolate caliente, como es tradición por estos lares, de paso, damos testimonio directo de su calidad, aunque la única manera de saberlo, para desdicha de algunos, es llegar hasta aquí. Antes de continuar, y aunque me entorpecen mis propios deseos hechos saliva, debo decir que la forma de preparar chocolate caliente es ciertamente curiosa. Primero eliges el sabor: Yo me pido un chocolate blanco con naranja y M Carmen un chocolate negro con frutas del bosque. El chocolate se presenta en una bola que casi parece una cápsula de Nespresso. Después, la dependienta lo introduce en una maquina, muy parecida a las cafeteras que están tan de moda últimamente y con agua caliente a presión, derrite la bola formando un vaso de espumoso y cremoso chocolate. 

"¡Umm! Que bueno está" - debimos de pensar al unísono los dos. Con el primer sorbo, pagamos a la amable dependienta y nos marchamos para disfrutar de la bebida y estrenar la caja, en otro enclave más bonito. En concreto, sobre un puente cercano, de los muchos que conecta y flanquean los canales de Brujas.



Sinceramente, ni me acuerdo lo que costó el chocolate, ni la caja de bombones, pero lo que si se es lo mucho que los disfruté, el lugar, el desayuno, y la compañía hicieron de este momento, un momento único. A veces no hace falta desayunar en un hotel de 5 estrellas para sentirse un privilegiado, en cierta forma tuvimos nuestro momento especial, que espero se repita más veces durante nuestra aventura. Si tuviera el poder de parar el tiempo, sin duda escogería este momento, entre las impertérritas y calmas aguas.  Seguimos en el centro de Brujas y tras el desayuno, nos recreamos haciendo más fotos de los canales según vamos caminando alejándonos del anillo del centro histórico de la capital de Flandes. Poco a poco el murmullo de los escasos coches, turistas, bicis y barcos se va perdiendo en la lejanía y sumergimos en los frondosos bosques que protegen la ciudad de curiosas y poco atrevidas miradas. Tomamos una senda que dejamos anoche abandonada por la lluvia y reemprendemos el camino.









Las zonas verdes de esta ciudad te abstraen de tal manera que no te sientes que estés en el centro urbano de ningún sitio. A nuestra derecha nos escolta un gran canal navegable, que si no recuerdo mal, puedes llegar hasta Gante. A nuestra izquierda se suceden los arboles, parques, y carreteras de entrada al centro todas flanqueadas por una especie de torres de vigilancia con un estilo claramente. Seguimos nuestro camino, casi hasta hacer desaparecer arboles o construcciones humanas y nos encontramos con algo que no esperábamos descubrir hasta más adelante en nuestra aventura: Molinos, y bastante imponentes por cierto.




Holanda se que esta plagado de ellos, pero de Bélgica era la primera noticia que teníamos. Al subir las escaleras, podemos disfrutar de unas vistas impresionantes de la ciudad de Brujas. No dejamos pasar la ocasión de fotografiar este momento y de paso conocer a una pareja amiga de Klaus y Lisa, de Alemania y Canadá respectivamente, los cuales se encuentran, como nosotros, haciendo un tour por Alemania y los países nórdicos. Bueno, el nuestro es un poco más amplio, pero estoy seguro que ambos viajes tendrán muchas anécdotas y curiosidades que contar. Nos despiden con una sonrisa y nosotros aprovechamos para ir dando un paseo de vuelta al hotel. El tiempo ha pasado rápido, como siempre, pero esta vez no nos sentimos presionados por él, casi me dan ganas de concluir nuestro viaje aquí y pasarnos el resto de los días disfrutando de este paraíso urbano. Pero por desgracia, hay que seguir mirando hacia adelante, Amsterdam nos espera. 

Cargamos la moto, y ajusto el amortiguador, que según mi novia esta un poco blando, y arranco la moto. Debo reconocer que durante un segundo mi corazón se paró, desde la caída no había probado a arrancarla. Por fortuna lo hace, así que empezamos esta séptima etapa y ponemos rumbo a Holanda. Al salir de Brujas volvemos a ser testigos de la gentileza y civismo belga en lo referente a las motos. Aunque parezca increíble ante cualquier atascos las hileras de coches se abren para dejar a las motos que circulan. Esta vez, no encontramos ningún falso policía, ni tenemos incidentes. Cogemos la E-34 y bordeando la frontera belga navegamos por el asfalto hasta Amberes, recorremos esos 90 kms, con bastantes fluidez y sin sobresaltos. Sin duda, Bélgica no es el país de los camiones, su hábitat natural es Francia, digamos que este país es más "civilizado". Continuamos 40 kms más por tierras belgas, en el horizonte podemos divisar en el horizonte más molinos como los que vimos en Brujas, y surcando entre ellos canales bastante anchos. Si al principio de nuestra entrada en Bélgica la vimos muy similar a Francia, ahora poco a poco, todo a nuestro alrededor se va haciendo holandés, sin duda, estamos cerca. Antes de cruzar la frontera Bélgica paramos en una estación de servicio para dar de comer a nuestra moto y a nosotros mismos, usando nuestras provisiones de jamón y queso con algo de pan, claro está. Tras el parón, retomamos la marcha para justo antes de cruzar a Holanda nos encontramos con una curiosa escultura, que tiene cierto aire al Atomium de Bruselas pero en color violeta. Sin duda, una magnifica manera de despedirnos de este pequeño país. Pequeño en extensión, pero grande en sensaciones y experiencias, aunque te dejamos atrás nunca te olvidaremos Bélgica. 

La entrada en Holanda la realizamos entre verdes prados, asfalto perfecto y canales que cortan el paisaje formando cuadriculas. Seguimos por la E-27, la cual habíamos cogido en Amberes y que no abandonaremos hasta nuestro destino en la capital de Holanda. Holanda pertenece a los famosos Países Bajos, una triada de países que conforman el Benelux, es decir, Bélgica, Holanda (o neerderland) y Luxemburgo, aunque finalmente Holanda se ha ganado la definición de toda una región. Toda esta introducción viene para relatar que Holanda, al igual que el hemos dejado atrás, es un país extremadamente plano. No se atisba en el horizonte ningún promontorio pero si más aerogeneradores que los que hemos visto hasta ahora en tierras galas y belgas. No sólo los holandeses han ganado terreno al mar, también han sabido domar las fuerzas del viento. Afortunadamente, las fuerzas de la naturaleza nos siguen respetando, aunque a veces, se da alguna ráfaga de viento que altera nuestra marcha. Pasamos Breda y seguimos nuestro camino a Gorinchem, a salto de mata, entre canales y puentes que hacen que cruzar Holanda de sur a norte sea como atravesar un lingote de mantequilla con un cuchillo. A medida que avanzamos el cielo se va encapotando y la amenaza se lluvia cada vez se hace más patente, de hecho nos chispea un poco durante unos minutos. Sea como fuere, decidimos prevenir en lugar de lamentar y paramos para enfundarnos el traje de agua cerca de Vianen. Es en ese momento, cuando M Carmen se percata que el mono de agua que habíamos perdido era mío y no el de su compañero Reyes. Un alivio para ella y mosqueo para mi. Por un momento parece como si hubiera sido bueno para ella perder mi mono de agua en la primera etapa. Nada más lejos, la cuestión es que, no hay nada peor que te presten algo y perderlo, al menos, supongo que entre nosotros no tendremos que darnos explicaciones. Bien pertrechados con medios ante la lluvia por primera vez en esta aventura, seguimos nuestro camino hacia Utrech, con leves amenazas de chubasco y con algo de viento sin importancia. Superada la capital de la región homónima ya solo nos quedan 42 kms para llegar a Amsterdam, ya casi podemos divisarla en el horizonte. El terreno sigue siendo plano, aunque no exentos de hermosas y campestres vistas. Dan ganas de pararse a hacer un picnic a km de ruta y de paso que nos acompañen las numerosas vacas que pueblan estas fértiles tierras ganadas al mar. Aprovecho para compartir ese pensamiento con mi novia: Holanda a lo largo de su historia ha ganado aproximadamente un quinto de su superficie al mar, es decir, unos 7000 kms cuadrados, el equivalente a la extensión de la provincia de Málaga, ¡ahí es nada!

Entramos en la capital de Holanda rozando las 16:30, sino recuerdo mal. Entre motos y un con algo de atasco, rodeamos la ciudad, con la ayuda del GPS, hasta llegar al aeropuerto Schipol, aunque encontrar el hotel se hace un poco difícil, tanto que acabamos dando varias vueltas por el terminal de salidas y llegadas en un bucle que parece infinito. Este aparatito nos la vuelve a liar, pero con algo de suerte encontramos en el horizonte el hotel Ibis y a continuación el nuestro, el Ibis Budget. ¡Qué alegría! por una vez, la etapa se ha desarrollado sin novedad y tenemos muchos tiempo para disfrutar de Amsterdam, perfecto. Hago el check-in mientras M Carmen descarga la moto y la acomoda en la habitación que le indico. Previamente, le había solicitado a la recepcionista una habitación en la planta baja, para evitar andar mucho con los trastos a cuestas y ella complaciente, me la gestiona. Abusando un poco de la amabilidad de Margaret, que así se llamaba, le pregunto si puedo dejar la moto a cubierto en algún sitio del hotel. Ella me indica que justo donde nos ha dado la habitación hay un descampado con unos soportales, así que ni lo dudo y me desplazo hasta allí, aunque el terreno es algo blanco, el Falco Stradale se desplaza bien y consigo aparcarlo. De paso le paso a mi novia las últimas cosas por la ventana.

"Bueno, y ahora ¿Qué hacemos?" - Pregunta mi novia. 
"Pues como hemos llegado bien de tiempo, vamos a intentar entrar en el Museo de Anna Frank y luego ver la ciudad" - le respondo. 
"Rápido, tenemos hasta las 19:00 para llegar y no sabemos si habrá entradas, el Museo suele ponerse hasta los topes" - me advierte mientras prepara las cosas para hacer fotos de esta nueva capital europea. 

Saco la moto del campo trasero y la pongo en la entrada principal. Mientras espero no puedo evitar detener vista sobre una BMW S1000 RR de color blanco impoluto aparcada en la puerta. Una superdeportiva de 193 CV que no suele ser habitual en un mercado dominado por el imperio japonés. La razón por la que me quedo mirando, a parte de la visual, es porque en Brujas, hace dos días, me comí unas patatas con mahonesa en la Plaza Burg, mientras un sujeto se llegaba al lugar al lomos de una, sin duda, demasiada casualidad. 

"¿Has visto esa moto? es la misma de Brujas" - le comento a mi novia - 
"Que va a ser esa la moto" - me responde con autoridad y muy firme ella. 
"Te apuesto una cena a que esa es la misma moto que la que vimos en Brujas" - le reto con la seguridad de saber que me suelo quedar muy bien con los detalles. 
"Bueno, pues cuando volvamos del museo esperamos al tío hasta que venga a recoger su moto, pero vas a perder". 

Con las espadas en alto, posponemos la apuesta hasta nuestro regreso de Amsterdam, abandonamos el hotel, cercano al aeropuerto y vamos rumbo a la capital holandesa. Ponemos la dirección del Museo de Anna Frank en nuestro GPS, y con la esperanza de que no nos la líe entramos en todo el centro de la ciudad. Si Francia fue el país de los camiones, Paris y Bruselas un completo caos de coches, Amsterdam esta tomada por las bicicletas, las cuales discurren libres en su hábitat entre innumerables calles, que se cortan en perpendicular, empedradas o asfaltadas, peatonales o no, las bicis lo invaden todo. Tanto es así,  que cuando entramos en una calle peatonal nos cruzamos con una chica que parece no estar muy conforme con mi maniobra y se pone a mi lado quizá con la hostil intención de cruzarse o chocarse con nosotros. Al menos su mirada desafiante mi hizo estar preocupado, hasta que me di cuenta de que estaba loca si creía que con una bici de 15 kgs podría tirar una moto de casi 300 cargada hasta los topes. Con un acelerón la pasamos y continuamos nuestra búsqueda de Anna Frank. La verdad es que para ser un ciudad casi sin coches, las bicis no restan un ápice de estrés a los locales que circulan. En nuestra vuelta de reconocimiento podemos apreciar como las bicis se pitan y entrecruzan, se entremezclan entre tranvías y coches, etc. Sin embargo, entre el desconcertante caos, todo parece guardar un tácito orden. Aunque la cara de los holandeses puede ser un poco estresada y malhumorada, lo cierto es que el civismo, la educación y el respeto a los demás se deja sentir. Amsterdam y sus habitantes son algo especial, un cierto aire bohemio se respira en el ambiente. Sin duda, cuna e inspiración de grandes artistas y escritores a orillas del río Amstel, como Van Gogh o Rembrandt.


A orillas de este río y después de un leve callejeo llegamos al Casa Museo de Anna Frank, y lo primero que nos saluda es la cola de visitantes que esperan entrar. Afortunadamente, no es muy larga, así que la jugada ha salido perfecta. Aparcamos a la vera del Amstel, con un poco de cuidado no vaya a ser que la moto engrose la larga lista de vehículos de dos ruedas (bicis) que se recupera cada año del fondo de los canales de esta ciudad. Por fin hemos llegado a la entrada de la casa, toca pagar los 9 euros por persona, pero estoy seguro de que la experiencia valdrá la pena, ya que vamos a ser testigos de uno de los relatos más sobrecogedores de los miles que hay sobre la gran guerra, pero también de uno que lanza un mensaje de esperanza para que los hechos que narran estos muros no se vuelvan a repetir jamás. Franqueamos la puerta y entramos, la emoción nos invade, pero ¿quién fue realmente Anna Frank? Vamos a descubrirlo juntos. 


Entre estos muros seremos testigos, sin duda, de un trozo de historia, que aún sigue viva más de 60 años después de la Guerra y del que esperamos descubrir muchas cosas. La casa tiene varias plantas y dependencias donde se pueden ver vídeos de los supervivientes de Auschwitz o Bergen-Belsen que compartieron vivencias con la protagonista del museo. Hay también numerosos murales como era el clima político en la Amsterdam de los años 40, también se exhiben objetos de la época y de la propia Anna, como fotografías, libros, ropa, etc. Todo esta expuesto para hacernos viajar a ese período tan convulso de la Europa de mitad de siglo. Leyendo en inglés, los subtítulos de documentales o los murales, uno se impresiona de cuan diferentes eran las cosas por esos años. Lo poco que importaba la vida, la persecución de las minorías, las atrocidades con mujeres y niños, el hambre, la escasez, etc. Aunque puede compungir un poco todas las imágenes, es necesario, conocer esta parte de la historia. Porque sólo conociéndola puedes evitar que se repita. Eso mismo debió pensar Anna, una niña de 13 años que se puso a escribir para dar testimonio de toda esta barbarie perpetrada por los nazis con la esperanza de que tuviera su eco en la Humanidad y no se volviera a repetir. Sin duda, la exposición nos traslado todos esos sentimientos, aunque lo más impresionante del Museo fue acceder a las dependencias donde Anna pasó dos años y medio con su familia durante la ocupación alemana de los Países Bajos. El acceso era por una falsa estantería de la biblioteca, bastante bien disimulada. Es increíble ver como 8 personas pudieron resistir allí sin levantar ninguna sospecha. Pasar unos minutos entre sus muros te da una idea de como tuvieron que ser esos días, donde estaba vetado hacer ruido durante el día y solo había algo de relajación por la noche, donde había que matar el tiempo como fuera, leyendo o estudiando, y todo ello con las estrecheces del lugar y la falta de medios. A pesar de ello, se las ingeniaron para sobrevivir, y aislarse como en un burbuja del mundo exterior, una burbuja que, por desgracia explotó el 1 Agosto de 1944 cuando fueron descubiertos por el chivatazo de un informador anónimo, que dio cuenta a los nazis del escondite de la familia Frank. Tras nuestro viaje por los tiempos de Anna Frank concluimos nuestra visita en la planta baja, donde la empezamos. Pero ante se presenta una especie de sala llamada "La Sala de la Tolerancia", creo. Su funcionamiento es sencillo: En el centro hay unos cubículos para sentarse, donde la gente visiona unos vídeos, por ejemplo, nosotros vimos el de un militar que ha declarado ser gay en Estados Unidos. El video da un análisis exhaustivo y resumido de las opiniones en contra y a favor de esta postura y a su conclusión es el espectador quien debe dar su opinión votando lo que crea más conveniente. Después, los resultados se exponen en una infografía, una cosa curiosa, pero que también da mucho que pensar sobre cuanto hemos avanzado como sociedad desde los tiempos de Anna Frank.



 Salimos del Museo con el atardecer cerniéndose sobre nosotros, es el momento de conocer más sobre Amsterdam. Comenzamos serpenteando entre el incesante tráfico de bicis y coches, cuidando al máximo, de no resbalar por los railes del tranvía y de mantener la compostura de nuestra moto ante la interminables calles adoquinadas. Nuestra primera visita es, casi improvisada y de camino, el "Homomonument"
Que es un triángulo rosa, erigido en memoria de los homosexuales detenidos en campos de concentración durante la época nazi, aunque más tarde ha sido adoptado por el movimiento de liberación gay. Además del triángulo en el canal, que tiene una serie de escaleras que llevan a la altura del agua, donde se colocan a menudo coronas de flores, existe un triángulo de 60 cm de altura y otro a nivel de la calle. Los tres triángulos equiláteros, de 10 metros de lado, juntos forman un triángulo mayor, de 36 metros de lado, conectados entre sí con una fina hilera de ladrillos de granito rosa. La alineación de los tres vértices del triángulo mayor, tienen significado simbólico. Uno apunta hacia la plaza Dam, y simboliza el presente. Otro apunta hacia la casa de Anna Frank, que simboliza el pasado. En el triángulo que señala hacia la casa de Anna Frank está grabado un verso del poeta judío y homosexual Jacob Israël de Haan (1881-1924): Naar Vriendschap Zulk een Mateloos Verlangen («Tal deseo infinito de amistad»). El tercer vértice, que simboliza el futuro, señala hacia la sede de COC Nederland, el grupo de liberación gay neerlandés fundado en 1946, que lo convierte en la organización LGBT más antigua del mundo que sigue en funcionamiento.


Aprovechando el rumbo que nos marcan los vértices del triángulo y ya que hemos visitado el Museo de la ciudadana mas ilustre de Amsterdam, nos dirigimos hacia otro de los puntos mas importante de esta ciudad: La Plaza Dam, centro neurálgico de la ciudad, con un obelisco de 22 metros que corona los dominios de esta plaza, en honor de los soldados holandeses caídos en la II Guerra Mundial, donde además hay tiendas de lo más curiosas. 


También en esta plaza se puede disfrutar del Palacio Real, antigua sede del Ayuntamiento y la Iglesia Nieuwe Kerk. Seguimos descubriendo más cosas de Amsterdam como por ejemplo, sus famosos canales, los cuales fotografiamos con fervor. No en vano, la capital holandesa es famosa por ellos, también por sus museos como el de Van Gogh o Rembrandt, o el Madame Tussaud (el museo de cera),y otros más mundanos como el del sexo o las torturas, todos ellos encabezan una lista que hace de la capital holandesa la ciudad con más museos por metro cuadrado del mundo.

Sin embargo, decidimos suspender cualquier atisbo de visita. Pensamos que es más importante sumergirse en la urbe, más que gastar nuestro escaso tiempo haciendo colas de aquí para allá. Aunque, porque no, ya que se acerca la hora, y por petición de M Carmen decidimos ir al Museo Heineken a orillas del río Amstel. Metemos la localización en el GPS, y cruzamos Amsterdam, entre bicis, para llegar a este famoso lugar. Por desgracia, no llegamos a tiempo de verlo, ya que acaba de cerrar. Lo cierto es que a M Carmen le hacía mucha ilusión ver el sitio donde se produce una de las mejores cervezas del mundo, pero no pudo ser. Como premio de consolación, ella se toma una en un bar cercano que hace esquina, yo por supuesto, Coca-Cola, que tengo que conducir.




La noche, finalmente, se ha cernido sobre nosotros, pero en una visita relámpago a Amsterdam no podemos dejar de pasar por uno de los lugares más turísticos e inevitables: El Barrio Rojo. Llamado así por el color de las luces que iluminan los locales donde se exhiben, en una especie de escaparates, las prostitutas que trabajan en esta zona de la ciudad. La prostitución en Holanda está completamente legalizada en zonas designadas para ella y eso desde 1911. Aunque Amsterdam no es la única que tiene Barrio Rojo del país: Utrech, La Haya, Haarlem y Groningen. E incluso creo que en Hamburgo hay uno, por supuesto, todos ellos ligados con lo prohibido. 

A lo mejor de tanto ver cosas prohibidas me da por pecar... saciando nuestra hambre con unas famosas y socorridas patatas con mahonesa, que probé en Brujas y que me están empezando a enganchar. Mi novia, no le hace gracia, pero al menos, hacemos un alto en el camino y comentamos cosas de esta ciudad tan bohemia, moderna e interesante, mientras la chica nos prepara el snack. De repente, algo sorprendente sucede: Resulta que la chica nos escucha hablar y es española, se llama Rosa, es de Barcelona y lleva unos dos años en Amsterdam. ¡Que alegre coincidencia!, sin querer volvemos a tener contacto, con una compatriota. Esta vez el contacto es mas cercano, al contrario que en Burdeos, y no dejamos pasar la ocasión de hablar con ella. Evidentemente, nuestra historia es fácil de contar aunque difícil de asimilar para oídos no acostumbrados a estos relatos aventureros. Nos centramos en la historia de ella y de como al terminar sus estudios fue a ganarse la vida a Holanda, ante la falta de oportunidades. Nos comento sus difíciles comienzos y la dificultad idiomática, con el ingles y el holandés. También le costo aclimatarse a días menos luminosos que los de España y al carácter peculiar de los holandeses. Pero ahora esta muy asentada, compartiendo negocio con otro español, llamado Jordi y con la lógica morriña hacia su tierra, pero con la alegría y la ilusión de la experiencia que esta viviendo. En ese momento se presenta el mencionado Jordi, al cual saludamos y nos marchamos del local entre risas. Es bonito ver lo reconfortante que es sentirse durante unos minutos, rodeado de la amabilidad de unos extraños, como en casa. Supongo que nos han hecho sentirnos un poco menos lejos de nuestra patria, a pesar de los casi 3000 kms recorridos y la semana de camino.

Continuamos examinando estas concurridas calles, pero inmediatamente volvemos a hacer un alto en el camino. Llamados por el reclamo del fútbol, no habíamos caído en que España se estaba jugando con Italia la semifinal de la Copa Confederaciones. Así que nos quedamos fuera del local, gorroneando un poco de TV con las sabrosas patatas como aperitivo. Mientras nuestro país se las tenia con los transalpinos, salió del local un hombre de color, que en un principio nos dejo un poco cortados. Creíamos que nos iba a echar, pero no fue así. Al instante, y sin saber como detecto que éramos de España, y aprovechando eso y el partido de fútbol se puso a hablar con nosotros en ingles. Se llamaba Lawrence y era de Surinam, antigua colonia de Holanda en Sudamérica, como el famoso futbolista holandés Seedorf. Mientras conversaba con el, intentaba servir de traductor simultáneo para mi novia, esta era la única forma de que no se perdiera la interesante conversación. Lawrence nos comento que antaño fue un motero viajero como nosotros. Recorrió los Alpes por todos los pasos que tiene, que son unos cuantos, dio la vuelta a Alemania y llego hasta la costa croata, con una Kawasaki Z, moto no muy apta para viajeros intrépidos y mas para depredadores de curvas, como el mismo asevero. Nos comento que su madre es española y su padre de Martinica, por lo tanto, en cierta forma tiene el corazón dividido, pero siente cierta simpatía por todos los españoles que se acercan por su ciudad. Por supuesto, no faltaron referencias a la famosa final del Mundial de 2010 que ellos perdieron contra nosotros en Sudáfrica, y es que Holanda podría atesorar ya tres mundiales los de 1974 y 1978. Sin duda, debió dolerles, pero como el mismo nos admitió, esa fue la final en la que menos méritos hicieron para ganar, al contrario que las otras dos ediciones. Después de hablar de Lawrence, su país, orígenes, Amsterdam, se intereso por nosotros y nos pregunto que hacia unos españoles por allí con ropa  motera. Nos pregunto si íbamos hacia Assen, y es que, casualidad de nuevo, ese fin de semana era el MotoGP en la llamada meca del motociclismo europeo, Asen. En ese momento, me acorde de: "¿Quien sabe?", a lo mejor el destino de nuestro motero misterioso de BMW era ese, pero aunque nos hubiera gustado ir, no era ese nuestro destino. El nuestro, era unir el punto mas al sur con el punto mas al norte del continente europeo. Lawrence se quedo impactado y casi sin articular palabra, se intereso por las vivencias de nuestra primera semana de aventura, corta pero intensa. Desde luego hubo mucho …que contar. Nuestro cicerone holandés, nos invitó a pasar a tomar una copa, pero la declinamos porque queríamos seguir explorando la noche del Barrio Rojo. Tras la afectuosa despedida, seguimos nuestra senda hacia el canal, en eso que nos paramos en otro bar, y vemos como España derrota a Italia en la tanda de penaltis, pasando a la final de la Copa Confederaciones que la enfrentará a Brasil. En ese instante, no pude contenerme y grité a los cuatro vientos: "¡¡¡España, España, España!!!", en una explosión de euforia sin igual que me llevo a abrazarme con M Carmen. Abrazo que queda ahogado entre la frenética actividad del lugar. Sin embargo, conseguimos arrancar alguna sonrisa de los que caminan por allí, seguramente algún turista español, que pensaría que estabamos chalados, no obstante, ninguno se unió a nuestra celebración improvisada. Con esta alegría, seguimos explorando el Barrio Rojo, con su riqueza de contrastes y vida. Tanto nos sumergimos en la vida nocturna de la ciudad, que perdemos totalmente la noción del tiempo y del espacio, es casi media noche y no sabemos donde estamos. Afortunadamente, no seguimos un camino muy complicado para entrar en los entresijos del Barrio Rojo, fue coger el canal y volver a reorientarnos. Desandamos, aliviados, el camino, y de repente, comienza a llover con timidez, sin duda es hora de marcharse a casa.


Ponemos rumbo al hotel, prematuramente, pero con la satisfacción de haber disfrutado de una gran ciudad. Paseando por las calles de Amsterdam, además de las consabidas “tentaciones“ también hemos disfrutado de un barrio bohemio con una actividad frenética, intensa y activa. Pubs, bares, se funden a la perfección con bares de alterne, y de ambiente gay, sin ningún problema. A pesar de ser este país el paradigma de la libertad y de la tolerancia, no hemos visto en absoluto, caos, ni descontrol por ningún sitio. Todo esto me hace pensar si esta es la libertad que queremos los españoles y si en caso de tenerla seriamos capaces de gestionarla con tanta diligencia como los holandeses. Sin duda, nos queda mucho por avanzar como sociedad y como país, para que unos extranjeros en nuestras fronteras, se sientan como nosotros nos hemos sentido aquí. Estas reflexiones monopolizan nuestro viaje de vuelta entre una lluvia incipiente y un asfalto cada vez más resbaladizo. Por fin llegamos al hotel, nos ponemos a cubierto y ponemos a cargar nuestros gadgets, es hora de descansar y prepararnos para la siguiente etapa. Mañana será un día duro, nos espera Alemania, pero antes tendremos que desafiar a los elementos cruzando el gran Van Harinxmakanaal, un canal artificial de 38 km de longitud, que atraviesa el mar de Frisia y que une las localidades de Wieringen y Leeuwarden. Podríamos cruzar los Países Bajos de manera más directa, pero seguro, menos emocionante que rodar sobre las aguas plagadas de islas artificiales. A pesar de la emoción de la jornada que nos espera hay algo más que no me deja dormir, y es que al entrar en el hotel entre el aguacero pude ver como la BMW S1000 RR había desaparecido. Su dueño ha reemprendido su camino y yo me he quedado sin mi apuesta ganadora. ¿La volveremos a ver en la siguiente etapa?  











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